jueves, 3 de diciembre de 2015

Un café, por favor. Capítulo 4

4- Pérdida



Después de los gritos histéricos de mi padre, me dirigía mi habitación aún en shock. Estaba llorando sin yo quererlo. Sabía que necesitaba ser fuerte, pero no lograba serenarme. Me tumbé en la cama, agarrando la almohada a modo de escudo apoyado en mi cara. No entiendo por qué, pero creía que de esta forma el dolor menguaría. Lo que hace la estupidez humana…
Pasaban las horas y yo seguía destrozada, deprimida y con la garganta cada vez más irritada. Debido a esto último decidí levantarme y acabar con todo. Si no podía volver a verla, ya nada merecería la pena. Mi vida perdería valor si ella no estaba presente.
Me acerqué a la ventana, corrí la persiana, deslicé  la vidriera y salté. No había mucha distancia al suelo, por lo que mi plan había resultado: ya era libre. Nada ni nadie podría detenerme ahora. Mi próximo objetivo lo tenía más claro que mi nombre: me dirigiría al bar y le suplicaría que corriese conmigo, como un amorío lésbico propio de las películas románticas. Si ella me amaba realmente estaba segura de que lo haría, y si no, pues… huiría de la ciudad como  un alma en pena.


Corrí hacia el Área Central lo más rápido que pude. Por el camino, sentí como mis piernas se rompían en pedazos como jarras de cristal, que  me suplicaban descansar  unos minutos, pues ya que no me solía levantar mucho del sofá debía intentar emocionarme menos con la aventura. Al final no sé cómo, conseguí llegar al final sin detenerme. Es increíble la fuerza que te aporta el amor… A cambio de tu libertad, claro está.
Una vez hube cruzado la puerta principal, me acerqué a la cafetería casi arrastrándome por el suelo. Sudaba como una cerda, pero no me importaba. Por el camino aproveché para marcarme unos límites, como, abrazarla o besarla por su propia seguridad, aunque no sería un impedimento. Ya faltaba poco para llegar. Giré a la izquierda. Me dirigí al local que se hallaba enfrente de la tienda de comida precocinada y...  allí la vi,  insinuándose a un chico que la abrazaba en gesto romántico. Ésta le sonreía agarrando su cotidiana taza de café. Al cabo de unos minutos, el muchacho se despidió y salió del local. Al pasar por mi lado me saludó; yo giré la cabeza respirando hondo  y así evitar que mi indignación me nublara aún más la mente.
En el momento en que él desapareció, una joven de más o menos su misma edad se acercó con las mismas intenciones.

Yo estaba estupefacta, sin atreverme a caminar hacia ellas. ¿Me estaba poniendo los cuernos delante de mí, sin darse cuenta? Eso parecía. No lo podía creer. Yo me había entregado a ella, y lo único que recibía eran farsas, mentiras, engaños. Creía que nuestro amor era sincero, y en cambio, ahora descubro que no era su única amante. Esto no fue lo más embarazoso, pues más tarde descubrí  que no fueron los únicos.
Destrozada y aún shock, me volteé silenciosamente y con pasos lentos pero mínimamente decididos y salí del centro comercial .Aquella sería la última vez que cruzaría esa puerta... O puede que no, ya que volví días después para encontrar las grabaciones de la cámara de vídeo y así tener pruebas de que no había sido una simple pesadilla  




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