4- Pérdida
Después de los gritos histéricos de mi padre, me dirigía
mi habitación aún en shock. Estaba llorando sin yo quererlo. Sabía que necesitaba
ser fuerte, pero no lograba serenarme. Me tumbé en la cama, agarrando la
almohada a modo de escudo apoyado en mi cara. No entiendo por qué, pero creía
que de esta forma el dolor menguaría. Lo que hace la estupidez humana…
Pasaban las horas y yo seguía destrozada, deprimida y con
la garganta cada vez más irritada. Debido a esto último decidí levantarme y
acabar con todo. Si no podía volver a verla, ya nada merecería la pena. Mi vida
perdería valor si ella no estaba presente.
Me acerqué a la ventana, corrí la persiana, deslicé la vidriera y salté. No había mucha distancia
al suelo, por lo que mi plan había resultado: ya era libre. Nada ni nadie
podría detenerme ahora. Mi próximo objetivo lo tenía más claro que mi nombre:
me dirigiría al bar y le suplicaría que corriese conmigo, como un amorío
lésbico propio de las películas románticas. Si ella me amaba realmente estaba
segura de que lo haría, y si no, pues… huiría de la ciudad como un alma en pena.
Corrí hacia el Área Central lo más rápido que pude. Por
el camino, sentí como mis piernas se rompían en pedazos como jarras de cristal,
que me suplicaban descansar unos minutos, pues ya que no me solía levantar
mucho del sofá debía intentar emocionarme menos con la aventura. Al final no sé
cómo, conseguí llegar al final sin detenerme. Es increíble la fuerza que te
aporta el amor… A cambio de tu libertad, claro está.
Una vez hube cruzado la puerta principal, me acerqué a la
cafetería casi arrastrándome por el suelo. Sudaba como una cerda, pero no me
importaba. Por el camino aproveché para marcarme unos límites, como, abrazarla
o besarla por su propia seguridad, aunque no sería un impedimento. Ya faltaba
poco para llegar. Giré a la izquierda. Me dirigí al local que se hallaba
enfrente de la tienda de comida precocinada y... allí la vi,
insinuándose a un chico que la abrazaba en gesto romántico. Ésta le
sonreía agarrando su cotidiana taza de café. Al cabo de unos minutos, el muchacho
se despidió y salió del local. Al pasar por mi lado me saludó; yo giré la
cabeza respirando hondo y así evitar que
mi indignación me nublara aún más la mente.
En el momento en que él desapareció, una joven de más o
menos su misma edad se acercó con las mismas intenciones.
Yo estaba estupefacta, sin atreverme a caminar hacia
ellas. ¿Me estaba poniendo los cuernos delante de mí, sin darse cuenta? Eso
parecía. No lo podía creer. Yo me había entregado a ella, y lo único que
recibía eran farsas, mentiras, engaños. Creía que nuestro amor era sincero, y en
cambio, ahora descubro que no era su única amante. Esto no fue lo más
embarazoso, pues más tarde descubrí que
no fueron los únicos.
Destrozada y aún shock, me volteé silenciosamente y con
pasos lentos pero mínimamente decididos y salí del centro comercial .Aquella
sería la última vez que cruzaría esa puerta... O puede que no, ya que volví
días después para encontrar las grabaciones de la cámara de vídeo y así tener
pruebas de que no había sido una simple pesadilla
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