martes, 17 de noviembre de 2015

Locuras Personales: quinto capítulo- La venganza de la abeja

¡Buenas, solitarios! la historia que os voy a contar hoy no tiene lugar en mi inocente infancia, si no en la actualidad. Ocurrió esta patética historia hará unos tres, quizá cuatro días.  Yo me hallaba sentada en mi cama haciendo los deberes de matemáticas, pues como una persona responsable quería tener la oportunidad de presentarlos en el día de corrección.

En esto que estoy yo operando las ecuaciones con radicales y otras cuantas aberraciones que jamás lograré entender, de pronto oigo el aleteo de unas alas que sonaban igual que una diminuta moto sierra eléctrica.

Desconcertada, dirigí mi vista hacia el lugar de donde provenía semejante ruido. ¿Qué fue lo que ocurrió? De entre mis libros de cazadores de sombras salió lo que yo creo que era una abeja.
No le temo a estos seres (sí a las mariposas, ya os contaré la anécdota en otro momento), pero verla salir de su escondite me peturbó, pues no sé todavía si el animal estaba intentando averiguar el parentesco real de Clary y Jace o si se había escondido por otra razón.

Mi primer pensamiento fue el siguiente: La pobre querrá en algún momento salir de este antro, por lo que no vacilé más y corrí a abrir la ventana. Seamos sinceros, caminé despacio por respeto a su reacción.
Una vez hice esto, esperé sentada en la silla de mi escritorio a que se moviera, pero nada ocurrió. La abeja seguía volando por mi estantería, revisando cada uno de los títulos de mis libros.
En esta ocasión ya no sabía si recomendarle que escogiera Alicia en el país de las maravillas o intentar echarla por otro medio. Opté por lo segundo.
Me dirigí al cuarto que está en frente de mi habitación y cogí el bote de insecticida, pero no con intención de matarla. Mi razonamiento era el siguiente: Si echo un chorro por la zona en donde se halla la puerta, la abeja volará a donde no le llegue el olor y, como no creo que se trate de una suicida, volará apresuradamente hasta la ventana, de donde se tirará al vacío. ¡Qué ingenua!
Cerré la puerta por fuera después de echar el spray para que ella no se escabullera, y a los pocos minutos la abrí de nuevo. Ya no la veía por ningún lado, pero decidí entrar a investigar agarrando el bote como si se tratara de una ballesta. No sé qué me estaba pasando por la cabeza en ese momento, quizá que intentaría picarme por intento de asesinato.
El caso es que una vez dentro, observé todo el cuarto lentamente y con paciencia para averiguar si seguía allí o si se había ido para siempre. En esto que me acerco a la lámpara, el único lugar que me quedaba por mirar, presiento que algo va a suceder. De pronto en mi cabeza aparecieron escenas de películas de miedo relacionadas con animales, por lo que supuse que me estaba emparanoiando demasiado. Aún así, me acerqué, insecticida en mano, a la lámpara, y, cuando me hallaba debajo de ella, levanté con cuidado la vista, agarré el spray con las  dos manos sin temer usarlo y...¡ZZZ!  Ahí estaba, impactando contra mi asustada cara. La muy animal había aprovechado la ocasión para vengarse de mí, abalanzándose hacia mi cara.
Realmente era lo último que me esperaba, por lo que me asusté. Salí corriendo de forma brusca de la habitación, respirando con dificultad.

Después de asegurarme de seguir viva, medité. Esto se estaba volviendo algo personal. Había dejado de tratarse de un simple incordio para convertirse en la ley del más fuerte. Era o comer o ser comido.
Por ello, volví a abrir la puerta con todo el orgullo que pude acumular, vacié el insecticida por toda la habitación y volví a cerrar la puerta. Puede que esa noche muriera intoxicada, pero me llevaría a mi rival conmigo.
Al rato, empecé a oír un extraño ruido. Intuí que se trataría de la abeja, pero no entendí hasta más tarde lo que pasaba. La pobre estaba moribunda en mi almohada.Al verla en ese estado me sentí la persona más despreciable del mundo, pues lo único que quería era desahuciarla.
Con el corazón en un puño me dispuse a coger una caja para meterla de alguna forma dentro y así expulsarla mientras le quedara algo de aire en los pulmones. No logré hacerlo. Tuvo que subir mi encantadora madre con todo su mal humor nocturno a recoger al animal, ahora tendido en el suelo, con la escoba y el recogedor y lanzarlo por la ventana.
No sé qué habrá sido de ella, sí sé que ha sido la mejor contrincante que he tenido a lo largo de mi estancia en esta casa de campo.

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